Las reservas naturales como límite humano

Con la fascinación que suscitó la circunavegación del globo al mando de Magallanes y posterior a los diseños cartográficos de Mercator, Europa decide con firmeza arrojarse sobre America latina y el resto del globo.  El horizonte dejó de ser el repertorio de fantásticas historias de monstruos; se transformó en aquella distancia que había que recorrer para conquistar, para dominar a lo sumo para conquistar.

Con el desarrollo de mejores tecnologías náuticas el hombre llegó a los casquetes polares. Con la ayuda de la tecnología bélica logró sofocar los gritos de la trágica desaparición de pueblos ancestrales. El hombre de la modernidad estaba decidido a penetrar todos los rincones de la Tierra para su gloria y usufructo. Cuando este sujeto moderno sintió que la Tierra no era suficiente voló a la Luna y contemplo la esfera azul desde la distancia sintiendo que se estaban dando los primeros pasos de una nueva conquista. La dinámica productiva de la revolución energética de los combustibles fósiles ha llevado al hombre a explorar  los estratos subcutáneos del Planeta y a exprimir sus tejidos bituminosos con el fracturamiento hidráulico no convencional (fracking no convencional) con el fin  de saciar una dependencia irrestricta a los hidrocarburos.

Los avances en la medicina y progresos técnicos de la ciencia lo han hecho creer que puede controlar la vida propia y la de otras especies. Un ser finito, limitado y contingente se ha ilusionado con el control del destino y se ha enamorado  del divertimento  que le ofrece el presente. En medio de este estado del frenesí consumista  hombres de diferentes nacionalidades se han preocupado desde el siglo XX por el concepto límite de lo humano.  Entender al hombre como un ser provisional, temporal e imperfecto en medio de un Planeta biodiverso estimula la idea de reservar espacios para la conservación de la estabilidad de otros individuos de otras especies. Afortunadamente en la actualidad las naciones han venido entendiendo la necesidad inaplazable de preservar diversos tipos de ecosistemas. Las reservas naturales representan un complejo y fuerte principio antropológico: somos organismos vulnerables que dependemos de otros igualmente vulnerables.

Estamos frente a un mundo que ha empezado a entender que la actividad antrópica es un factor determinante del cambio climático. La evidencia científica nos ha llevado a corroborar que, si bien es cierto que la actividad minero-energética ha generado unos profundos cambios ambientales, también lo es el que el uso global del suelo en ganadería extensiva y las actividades agrícolas están lesionando severamente la piel del planeta. Empleamos una superficie tan grande como África en espacios ganaderos que permitan suplir la creciente demanda mundial de carne. Usamos una extensión de tierra tan grande como todo Sudamérica para cultivar alimentos; de esta superficie, alrededor de 45 % se destina a la alimentación de animales. Sabemos que en el año 2050 seremos una población superior a los 9000 millones de habitantes que demandarán alimentos, agua, energía… mucha energía. Ahora bien, como justamente lo señalara Heidegger: la técnica está devastando la Tierra, está aniquilando la Tierra. El hombre ha olvidado al ser y se ha consagrado a la conquista y manipulación de los entes. Es el momento de la revolución de la conciencia, aquella que prioriza al ser y ve en el ente un medio y no un fin en sí.

 El posconflicto en nuestro paìs puede convertirse en una ventana de oportunidad que nos permita dar un salto hacia la preservación responsable de la naturaleza o puede ser una mortal amenaza que termine de liquidar la viabilidad de nuestras fuentes hídricas. Esta disyuntiva solo se puede resolver con una transformación de la política ambiental del país que busque la integración de las comunidades locales mediante políticas influyentes y con sólidas estructuras de control ambiental.