Del fanatismo y otros demonios

Las ideas sobrevaloradas acerca de sí mismo o de un líder tienden a deteriorar la salud mental.

Por: Camilo Prieto Valderrama

Michel de Montaigne (1533-1592) fue un pensador francés que dividió su vida entre la actividad política y los retiros intelectuales en la torre de su castillo, y fue quien acuñó, por primera vez, el término «ensayo» referido a un nuevo género literario que ha gozado de innumerables seguidores. En uno de sus escritos titulado «De la presunción» describe con precisión cómo el ánimo humano puede llevarnos a pensar que somos el centro del universo, del mundo y dueños de una verdad irrefutable. Estos rasgos pueden llevar a que unos humanos deshumanicen a otros.

Un fanático no es aquel individuo con una creencia que soporta con vigor, un asunto que es perfectamente aceptable. El sujeto fanático asume que su creencia no es solo un derecho que le pertenece, sino una obligación para él y para el resto de la sociedad. Tiene la convicción de que su misión es obligar a los otros a creer en lo que él cree. Como lo hemos visto en la historia humana, el fanatismo no solo grita sus verdades, sino que recurre a medios violentos para buscar imponer sus dogmas, ya sea desde el ejercicio del poder o desde la clandestinidad asesina. Esto fue bien detectado por Voltaire, quien resumió al fanático en la frase: «¡Piensa como yo o muere!». Donde campea esta convicción no hay factibilidad para el pluralismo político, intelectual o artístico.

Como acotación necesaria, recordemos que entre las tareas más complejas que tienen los psiquiatras está la de determinar si la narración de un paciente corresponde a un delirio.

Según el manual DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) un delirio corresponde a creencias fijas que no son susceptibles de cambio a la luz de las pruebas en su contra y, por tanto, se produce un conflicto con la realidad. Es así como la polarización radical opera como una caja de resonancia para quienes tienen ideas fijas y es recurrente que el fanático encuentre gran comodidad en el papel de víctima.

Para la salud mental, individual y colectiva es prioritario que pensemos acerca de la relación que tenemos con nuestras creencias y con las de los demás. El epidemiólogo Gary Slutkin ha insistido en que asumamos el tratamiento de la violencia como una enfermedad contagiosa y si asumimos este principio es mandatorio trabajar en la prevención del contagio y en vacunarnos contra el fanatismo. Esto último sólo es posible cuando estamos en la condición de revalorar lo que pensamos, y cuando contemplamos que el contrario y la realidad tienen mucho para enseñarnos.