Existe un factor común entre la COVID-19, los gases efecto invernadero y las emisiones contaminantes: su flujo no lo limitan las fronteras políticas ni las barreras geográficas, lo que hace que los tres tengan efectos globales. Adicionalmente, llevan a las poblaciones vulnerables a un riesgo mayor. Sin lugar a dudas, la pandemia demanda de los gobiernos un conjunto de acciones en una magnitud sin precedentes. Particularmente, el liderazgo de China se ha centrado solo en su propia ventaja ante el mundo, y no es claro si el presidente Donald Trump desprecia más el Acuerdo de París, COP21, o a la OMS, lo cierto es que esos desafectos le están haciendo un daño histórico al mundo.
La pandemia y la crisis climática no solo son similares, sino que interactúan. El cierre de algunos sectores de la economía ha llevado a relevantes reducciones en las emisiones de gases de efecto invernadero. Si nos fijamos en la primera semana de abril, las emisiones diarias globales fueron un 17 % menores a las del mismo periodo durante 2019. La Agencia Internacional de Energía espera que las emisiones globales de gases de efecto invernadero industriales sean alrededor de un 8 % más bajas en 2020 que en 2019, es decir, ¡la mayor caída anual desde la segunda guerra mundial! No obstante, debemos resaltar que esta reducción no se ve reflejada en concentración de CO2 atmosférico que, en abril, llegó a su máximo histórico en los últimos 800 000 años: 416,21 partes por millón (ppm), la más alta desde que comenzaron las mediciones en Hawái en 1958. El complejo sistema del clima no reacciona como un interruptor y pasarán varios años para que podamos saber qué efecto tuvo la detención a la que nos ha llevado el microscópico SARS-CoV-2.
Esa caída revela una verdad medular sobre la crisis climática: las estrategias formuladas en los diferentes acuerdos climáticos se muestran insuficientes para alcanzar las metas debido a que las actuales reducciones se han conseguido frenando aviones, trenes, automóviles y muchas industrias; detención, sin duda, incompatible con el modelo de vida al que nos hemos acostumbrado.
Particularmente, la reducción de las emisiones, vinculada a la recesión económica, ha demostrado ser solo una disminución transitoria a causa del aumento sostenido del uso de combustibles fósiles. La caída de la Unión Soviética en 1991, la crisis financiera asiática de 1997 y la crisis financiera global de 2007-2009 evidenciaron cómo las emisiones descendieron brevemente para luego volver a tener un ascenso. Ahora bien, la perspectiva de la modelación, realizada por diferentes equipos académicos en el mundo, señalaba un pico de las emisiones a corto plazo antes de la pandemia, pico que, por efectos de ella, no se va a suceder como se presupuestaba. Es muy poco probable que 2020 o 2021 lleguen a los niveles del 2019. Sin duda, la contracción de la economía y la franca reducción del tráfico global tienden a jalonar la curva de emisiones a la baja.
Empero, ¿qué sucedería si la pandemia no solo tuviera un efecto de reducción de la demanda habitual, sino que la transformara? Pensemos en los sectores de generación eléctrica y el transporte. En primer término, el costo de las energías renovables está por debajo del de las nuevas plantas de combustibles fósiles en diversos países. Adicional a esto, luego de varias décadas de investigación, los vehículos eléctricos han mejorado su autonomía y, evidentemente, pueden ser masificados. En este escenario fértil, la pandemia puede operar como una oportunidad que acelere la transición energética. En esta dirección, la Administración de Información Energética de Estados Unidos estima que las energías renovables superarán la participación del carbón en la generación de energía en Estados Unidos, por primera vez este año; un supuesto muy relevante. Aunque viendo el panorama más amplio, al revisar el mercado de recursos energéticos nos encontramos con una reducción de los precios del carbón relacionada con una baja demanda, lo que puede posicionarlo de manera sólida después de la pandemia, en algunas geografías. Por ejemplo, China está construyendo nuevas termoeléctricas de carbón. Tendremos que esperar para saber cómo responde el mercado cuando se activen estas nuevas centrales, y se reactive del todo la economía del gigante asiático.
Para revisar la demanda de petróleo, se debe tener presente que, cada vez, un mayor número de personas pueden buscar trabajar desde sus casas, y se calcula que los desplazamientos equivalen a alrededor del 8 % de la demanda de petróleo. No obstante, a su vez, aquellos que diariamente realizan trayectos pueden preferir recorrerlos solos, en sus vehículos. Es así como la demanda china de petróleo se ha recuperado rápidamente, en parte debido a que muchos ciudadanos prefieren evitar los trenes y los buses.Los cálculos de algunos expertos de Goldman Sachs estiman que la demanda de petróleo retomará los niveles previos a la pandemia a mediados de 2022, pero que la demanda de energéticos para el transporte aéreo podría mantenerse 1,7 millones de barriles por día, por debajo, a lo sumo, un equivalente a cerca de un 2 % de la demanda de petróleo.
Esta incertidumbre denota más problemas para el sector petrolero, cuyos escasos retorno e impacto ambiental han estado distanciando a los inversores. Las empresas están recortando el gasto en nuevos proyectos, y es posible que, a mediados de la década de 2020, la reducción actual en las inversiones en el sector petrolero pueda aumentar los precios del crudo, y esto podría favorecer la demanda de vehículos, tanto la de los eléctricos como la de los híbridos. Ahora bien, el gas natural ha resistido la pandemia mejor que el carbón y el petróleo, pero también se enfrenta a una competencia acelerada. Uno de los nichos del mercado de gas es abastecer a las termoeléctricas que generan flujos rápidos de energía y contribuyen a la estabilidad de las redes. No podemos dejar de lado el que cada vez estamos más cerca de contar con baterías que realicen esta función y esto puede suceder de forma masiva en la próxima década.
La pandemia ha desnudado la magnitud del desafío al que estamos llamados, e igualmente, puede constituirse en una oportunidad singular para formular políticas públicas gubernamentales que se distancien del carbono a un costo financiero, social y político, tal vez, más bajo que en momentos previos al surgimiento del COVID-19. Particularmente, los precios bajos actuales de los recursos energéticos hacen que sea más fácil reducir los subsidios a los combustibles fósiles e introducir impuestos a las fuentes que más contaminen. Los ingresos de estos impuestos derivados del uso de la energía fósil pueden ayudar, en la próxima década, a solventar las balanzas financieras en la actualidad lesionadas por el impacto de la pandemia. Recuperar las economías mundiales al invertir en infraestructura que apueste por la sostenibilidad puede ser una posibilidad para tomar una ventaja en este difícil momento