La Amazonia reduce su capacidad de capturar carbono

La mayoría de las regiones de la Amazonia son sumideros de carbono débiles, pero el sureste de la Amazonia es, en realidad, una fuente de carbono.

Desde 1958, cuando se iniciaron los registros modernos de los niveles de dióxido de carbono (CO2) atmosférico, ha existido un pequeño exceso global (alrededor del 2 %) en la cantidad de CO2 absorbido por las plantas terrestres para la fotosíntesis, en comparación con la cantidad emitida como consecuencia de la descomposición de material orgánico (Denning, 2021). De hecho, se estima que la fertilización relacionada con el CO2 aumentó los niveles globales anuales de fotosíntesis en alrededor de un 12 % (equivalente a, aproximadamente, 14 petagramos de carbono por año; 1 Pg es 1015 g) entre 1981 y 2020 (Huntingford, 2021). El sumidero de carbono terrestre ha logrado absorber alrededor del 25 % de todas las emisiones de combustibles fósiles desde 1960 y pareciera que ha estado compensando un poco del calentamiento global antropogénico (Friedlingstein, 2020). Los bosques tropicales han sido un componente importante del sumidero de carbono terrestre y, seguramente, el más relevante es la Amazonia. Las mediciones actuales han permitido constatar que la Amazonia occidental todavía tiene un efecto relativamente débil como sumidero de carbono, pero sugieren que la deforestación, la degradación de los suelos y el calentamiento en la Amazonia oriental la han conducido a una degradación de tal magnitud, que en lugar de capturar carbono lo está emitiendo (Song, 2018).

En condiciones usuales, los bosques funcionan como sumideros de carbono cuando se produce un aumento del crecimiento de la vegetación, como respuesta al aumento de los niveles de CO2 y otros nutrientes. En ese sentido, los bosques tropicales son unos sistemas ecológicos eficientes en la captura de carbono, pero lamentablemente no se están recuperando de las perturbaciones producidas por los seres humanos. Es así que el carbono se ha acumulado en la biomasa de bosques amazónicos durante muchas décadas, pero los estudios recientes sugieren que la Amazonia suroriental se encuentra profundamente amenazada por la deforestación, la degradación de los suelos y los incendios, lo que está llevando a modificar el balance amazónico de carbono. Hay que resaltar que el noroeste de la Amazonia es casi siempre muy húmedo y muestra poca variación estacional en crecimiento y descomposición (Figura 1).

El perfil atmosférico indica que la Amazonia occidental estuvo cerca del balance de carbono durante el período del estudio liderado en 2018 por Gatti: las plantas absorbieron, aproximadamente, la misma cantidad de carbono para el crecimiento, como aquella emitida por los procesos de descomposición. Sin embargo, la humedad y la fertilidad de los bosques amazónicos cambian más, sustancialmente, al sur y al este. Las regiones al sureste estudiadas estaban cerca al balance de carbono durante la temporada de lluvias, pero esa liberación de carbono de la descomposición y el fuego tendía a exceder la absorción de carbono en fotosíntesis durante la estación seca. Este período corresponde a precipitaciones inferiores a 100 milímetros por mes. En esta región, se está produciendo un incremento de la temperatura alrededor de 0,6°C por década, en la estación seca, durante los últimos cuarenta años (Gatti, 2021). Esto equivale a más de tres veces la tasa de calentamiento global y, aproximadamente, al mismo ritmo que en el Ártico. Asimismo, los bosques del Amazonas occidental también se han calentado, pero a un ritmo mucho más lento.

Figura 1. Flujos de carbono en diferentes regiones amazónicas

grafico mapa

Nota. De 2010 a 2018, Gatti y colaboradores cuantificaron los perfiles verticales de concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono y monóxido de carbono, por encima de cuatro regiones de la Amazonia (las dos ubicaciones que se muestran en el noroeste de la Amazonia se contabilizaron como una sola región) y, por lo tanto, calcularon los flujos de carbono regionales a barlovento de cada sitio, medido en gramos de carbono por metro cuadrado por día. En los gráficos de barras, el intercambio neto de bioma (nbe) representa el balance anual promedio de CO2 absorbido por los bosques para la fotosíntesis, en comparación con la cantidad de CO2 producido por la descomposición de la materia orgánica (los valores nbe negativos indican que el bosque actúa como un sumidero de carbono); «Fuego» representa las emisiones medias de carbono producidas por los incendios; y «Total» representa la suma de nbe y las emisiones de incendios. Los valores del nbe indican que la mayoría de las regiones de la Amazonia son sumideros de carbono débiles, pero el sureste de la Amazonia es en realidad una fuente de carbono. (Tomado de Denning, 2021).

La evaluación de los datos disponibles sugiere que las tasas de calentamiento en la estación seca para la Amazonia suroriental podrían haber sido amplificadas por deforestación y degradación forestal. Gatti y colaboradores concluyen que los aumentos en los incendios y en el estrés fisiológico y, la mortalidad y la descomposición de los árboles en esta zona están asociados con el aumento de la pérdida de carbono de la región. Se ha documentado la acelerada transición de los bosques de sumideros de carbono a fuentes emisoras del mismo al utilizar mediciones directas de gradientes a gran escala de concentraciones de CO2 atmosférico. El patrón general de deforestación, estaciones secas más cálidas y más secas, estrés por sequía, fuego y liberación de carbono en la Amazonia oriental constituyen una seria amenaza para el sumidero de carbono de este bosque tropical.

Así las cosas, vemos como la pérdida de bosque tropical amazónico potencia el calentamiento ambiental global y como este, sumado a las acciones humanas directas termina perturbando la estabilidad de la selva.

Referencias

Denning. (2021). Nature, 595, 354-355.

Friedlingstein, P., et al. (2020). Earth Syst. Sci. Data 12, 3269–3340.

Gatti, L. V., et al. (2021). Nature, 595, 388–393.

Huntingford. (2021). Nature, 600, 224-225.

Song, X. P., et al. (2018). Nature, 560, 639–643.